Foto de Archivo: Foro Bandera Blanca

En la foto: En el centro la Dra. Tatiana Espinasa Yllades acompañada por los diputados Jorge Gaviño Ambriz, Ana Julia Hernández Pérez, Lucila Estela Hernández y Karla Valeria Gómez Blancas.

Ƹ̴Ӂ̴Ʒ

Morir en nombre de la tradición

(Recordando Esparta)

                                                                     Hay algo mórbido en este juego sin júbilo

                                                                     que habita nuestra vida,

                                                                     en esta trampa

                                                                     que le hemos impuesto a nuestro cuerpo

 

Responder a los amantes de la “Fiesta Brava” sería muy sencillo si ellos tuvieran una actitud propensa al diálogo; para ello haría falta que sus argumentos no tuvieran ese tono manipulador y falseado que les concede el hecho de considerarse los dueños de la verdad. Si no usarán esa retórica tan efectista y tramposa con la que defienden su sinrazón, que los lleva a confundir el mito y el folclore, generando un sinfín de equívocos y alterando, con ello, el sentido mismo de la tradición y la cultura. En pocas palabras, si aceptarán algo de lo cual no hay duda: la “Fiesta Brava” es violenta.

La violencia, independientemente del nivel con que se ejerce y de la manera como se realice, es un comportamiento de interacción humana, la mayoría de las veces heredado, que se manifiesta, de una manera más radical, en las sociedades donde las conquistas culturales son menospreciadas y consideradas superfluas. El daño ejercido sobre cualquier ser vivo es una constatación de la ignorancia y la represión que vive una sociedad enferma, llena de carencias, cuya hermenéutica socio-política está teñida de insatisfacción. Una corrida es siempre un espectáculo de homoerotismo frustrado, de complejos de inferioridad manifestados en el deseo de someter, de exacerbación del poder del macho frente al instinto de la bestia herida en una arena sin salida. Sin embargo, dicha sociedad, exige a la cultura, de forma tácita, la superación de estas manifestaciones del poder primitivo, sordo ante los reclamos de una especie muda que está a nuestro cargo.

La indiferencia ante el ejercicio de la violencia y el maltrato animal que representan las corridas de toros no pueden ser un estatuto cultural válido porque esto nos llevaría a justificar otras formas de indiferencia, otros modos de violencia. Cuando un grupo de personas “goza y se emociona” ante una tumba circular hecha espectáculo o ante un circo sangriento, lo único culturalmente viable es la reprobación y la protesta, así como el compromiso ante una responsabilidad diferida permanentemente. Que ciertos grupos, cuyos intereses materiales son superiores a la vida misma, quieran elevar a “Patrimonio Inmaterial e Intangible de la humanidad” a la Tauromaquia no puede sino indignarnos. Defendiendo una confusión endémica, la justificación de la crueldad en nombre de unos mitos y de una tradición estereotipados y populistas, se genera la posibilidad de todas las crueldades, y su justificación a posteriori. El hecho mismo de hacer espectáculo del sufrimiento, sea humano, sea animal, denota y representa ese vínculo que el humano genera ante sus frustraciones y complejos, ya que, no pudiendo instaurar una sociedad más justa, aquella que ha formulado los derechos de los seres vivos y los ha elevado a categoría constitucional, decide esconderse en falacias que defiende en nombre de sus intereses manipuladores y manipulables. La violencia sólo genera violencia, y el que educa y justifica en y en esa violencia es cómplice de los crímenes que ella conlleva. El maltrato animal, en cualquiera de sus manifestaciones, vueltas espectáculo o no, habla mucho más del sujeto que lo ejerce que de aquellos a quienes vuelven víctimas. No es necesario denunciar al verdugo, sus propios actos lo delatan.

Pero, la peor de las falacias de los amantes de la “Fiesta Brava” este simulacro de valentía trastocado en danza macabra , es aquella que pretende dar cartas de legalidad a ese crimen defendiendo su valor estético; nunca la revelación, el gozo o el gusto de y por los sentidos defenderá un mundo donde reine la violencia. El arte, cuando la incluye, y varias obras maestras lo representan, es en nombre de su total negación, de la denuncia de su no sentido, su sinrazón, su absoluta injusticia. Y ser culto es siempre ser contemporáneo de sí: saber actualizar la tradición, responder por ella, pero no desde un pasado que perpetúa su olor ancestral y rancio sino desde un presente que la renueva permanentemente y que nos hace responsables de su sentido. Persistir en manifestaciones espectaculares de crueldad, escondiéndose detrás de una supuesta tradición, es el síntoma primordial de una sociedad que se niega a cambiar, de una clase que quiere conservar sus antiguos privilegios y que no quiere asumir la responsabilidad, ética e histórica, que tiene que asumir. Mientras no nos situemos en este nuevo paradigma, la confusión entre “sacrificios humanos” y “las delicias del agave”, por ejemplo, hará posible la consagración de cualquier tipo de “patrimonio”.

El maltrato animal genera crueldad; la indiferencia ante la crueldad genera la banalización de la violencia; la violencia vivida desde esta indolencia, nos mantiene quietos, paralizados, instalados en un mundo injusto. Ahí, en ese mundo, las estructuras de poder son inamovibles y no son responsables ni de nada ni de nadie. La muerte de un toro hecha espectáculo es la muerte de algo en nosotros, un algo que posibilitará la muerte de todos los toros, la muerte de los valores humanos que tanto ha costado conquistar porque hacer cultura es, precisamente, vencer la muerte, no disfrutarla e instalarla como motivo de gozo en nuestras vidas. En nombre de una “Fiesta” vuelven cadáver todos los avances de una civilización y de su cultura.

Tatiana Espinasa Yllades.

Breve semblanza de Tatiana Espinasa Ylades:

Nació en la ciudad de México, el 20 de marzo de 1959. Ensayista, narradora y poeta. Realizó estudios de filosofía en la Universidad Autónoma de Bellaterra, Barcelona, España y la licenciatura en la Universidad La Salle, obtuvo el título de Licenciado en Filosofía en la UNAM, en 1991. Inició su labor magisterial impartiendo la cátedra “Introducción a la filosofía”, en el Instituto de Cultura Superior, A. C. Entre 1987 y 1989 fue dictaminadora en las publicaciones de filosofía del FCE. Colaboradora de las revistas Casa del Tiempo, de la UAM; Filosofía, de la UIA; Gaceta del FCELa OrquestaVitral, del ICS; y el suplemento La Jornada Semanal.